Descubrir que nos gusta un idioma es como enamorarnos. No sabemos bien cómo sucedió ni tampoco por qué. No sabemos si nosotros lo elegimos o si él nos eligió a nosotros. Simplemente, nos sentimos atraídos hacia ese nuevo conjunto de palabras y sonidos. Y nos dejamos llevar por eso. No podemos evitarlo.
Queremos pasar todo el tiempo con ese idioma. Conocer todos sus detalles, todos sus secretos. No nos cansamos de escucharlo. ¿Cómo podría aburrirnos? Siempre podemos descubrir un nuevo matiz, algo que desconocíamos.
Pero después del enamoramiento llega el momento de la verdad: reconocer que no todo era tan maravilloso como pensábamos. Aceptar la realidad de convivir con las cosas lindas y también con los desafíos del idioma. Lo fácil y lo difícil. Las palabras bonitas y las que preferimos olvidar.
Ese es el momento de las primeras frustraciones. Entonces surge el deseo de abandonar el idioma (tal vez empezar de cero con algún otro). Pero si apostamos a esa relación y seguimos trabajando en ella, la recompensa puede ser enorme: compartir toda una vida con nuestro querido idioma 😊.